7. mar., 2021

Al otro lado del miedo

Con contribución de Jorge Luis Filinich.

La cueva en la que temes entrar
guarda el tesoro que estás buscando
Joseph Campbell

Mi primera clase de surf fue un completo desastre, pensé que me ahogaría. Fue hace quince años en Punta Burica, Costa Rica; cerca de Pavones que es una de las olas más largas del mundo. Fui con un amigo que vivía allá y él tenía como veinticinco años surfeando.
 
En primer lugar, la distancia que había que remar era bastante larga. Yo sabía nadar bien, pero los músculos que se usan para remar sobre una tabla de surf son totalmente diferentes. Cuando llegamos al punto donde revientan las olas las vi enormes. Desde la playa no parecían tan grandes, pero de cerca parecían murallas gigantes de agua. Yo ya estaba agotado por el esfuerzo de la remada cuando empezó la serie de olas y no tuve tiempo para recuperarme.
 
Por estar en un longboard (tabla larga) mi amigo me recomendó que, cuando viniera una ola rompiendo, le diera la vuelta a la tabla y me ponga debajo. En una tabla regular uno pasa la ola empujando la punta por debajo de la espuma con el peso de su propio cuerpo. En el caso del longboard no se puede hacer eso porque es muy grande y no se hunde.
 
“¡Ahí viene otra!” me gritaba él y yo otra vez le daba vuelta a la tabla y me sumergía por debajo de ella, una y otra vez. Empecé a sentir que las fuerzas no me alcanzarían para seguir haciéndolo y las olas parecían nunca acabar. No daba más, pensé que me ahogaría. Mientras tanto la serie de olas me había arrastrado hasta la zona de impacto donde estaban las rocas. Vi la cara de angustia de mi amigo que me hacía señas para que saliera de allí. “Me voy a morir” pensé. Este miedo, sin embargo, me sacaba las fuerzas que ya no tenía para seguir remando. No sé cómo lo logré, pero salí de la zona de peligro. Estaba enojado, furioso con él ¿cómo me había metido en esto? ¡si yo no sabía surfear!
 
Le dije que ya iba a salir, que ya no daba más. No escuché sus instrucciones y empecé a remar hacia la playa. Remaba y remaba, pero no llegaba, me encontraba en una corriente que te jalaba hacia adentro del mar. No sé cuánto tiempo me tomó llegar a la orilla, pero sentí que fueron horas. Cuando mis pies tocaron la arena sentí una felicidad casi iluminadora. El dolor en mis brazos era intenso y estaba exhausto ¡pero estaba vivo!
 
Tal vez otra persona se hubiera rendido después de esta iniciación fatal, pero mi amigo me convenció de intentarlo una vez más en otro lugar. Me llevó a una playa que se llama Jaco y las olas estuvieron perfectas para un principiante: pequeñas, ordenadas y cerca de la playa. Me enganché con el surf ese día, pero el miedo no se fue.
 
Por años, muchas noches previas a una sesión de surf tenía pesadillas con olas enormes (para mi, olas de más de dos metros 😉). Aún no entendía qué impulso me hacía soportar este miedo para seguir y seguir con el surf, pero presentía que en algún momento se iría.
 
Además de las olas también me daba miedo la idea de encontrarme con algún tiburón. Cuando era pequeño mi papá me llevó a un puerto en Inglaterra donde vi a un tiburón grande recién pescado colgando de un gancho, media más de dos metros. Esta imagen me dejó impactado y nunca la olvidé. Mientras estaba sentado en la tabla, mar adentro esperando olas, me daba cierta ansiedad pensar qué había debajo del agua.
 
Fui a otras playas a probar olas un poco más “pro” y entraba al mar con bastante miedo, el Océano Pacífico no tiene nada de pacífico. Para ganar confianza, nadaba en los días de semana con el fin de estar más entrenado. Llegué a ser tan bueno nadando que participé en competencias de mar abierta. Con los años el miedo al mar se fue, pero solo hace poco entendí qué me hizo llevarlo por tanto tiempo.
 
Al momento de coger una ola grande el miedo puede ser enorme, tu cuerpo siente que está en peligro. Sin embargo, en el momento en que bajas la ola a gran velocidad y ves la muralla de agua levantándose, su energía te toma y te empieza a llevar con ella, el miedo intenso se transforma en una sensación de poder y libertad que es incomparable. Una vez que sientes eso ya no hay vuelta atrás, tienes que volver a experimentarlo y esa necesidad es más poderosa que el miedo. Pareciera que algo dentro nuestro se resiste a experimentar la plenitud total y, al mismo tiempo, nuestro espíritu nos arrastra a hacerlo nuevamente.

He escuchado a otras personas experimentar lo mismo al vivir situaciones lejos de su zona de confort. Sea surf, o paracaidismo; incluso un artista antes de su gran concierto o un profesional antes de hacer la presentación que podría cambiar su carrera. Vi el video de Will Smith sobre miedo (¡tienes que verlo!) donde dice algo muy cierto; Dios sitúa las mejores cosas de la vida al otro lado del miedo. En términos concretos el riesgo que corres es real pero el miedo es algo que solo está en nuestra mente, al atravesarlo podemos experimentar la mejor versión de nosotros mismos.